Asistimos a la excepcionalización de un fenómeno consustancial a la política. La crisis de representación ha dado paso a la representación en crisis ¿Por qué?

A modo de simplificación, por un doble cerco. Por un lado, aquella literatura que asume el presente representativo como anómalo. Traza desde una óptica de tendencia nostálgica aspectos como: excesos de receptividad de contenido de ciudadanía, la difusión de una irracionalidad no deliberativa, una corrosión de la institucionalidad democrática, un triunfo de la imagen y la presencia frente a la política sustantiva, etc. Asunciones que enmarcan los fenómenos políticos de su tiempo como riesgos para un correcto funcionamiento de la democracia liberal representativa. El segundo camino es el de la superación representativa. La representación es mediación, debemos desconfiar de todo elemento mediado pues sustrae la capacidad soberana de los sujetos de expresarse directamente. El fenómeno representativo no es presencia ni acción política real para la mayoría. Es algo a superar, que incluso podrían aceptarlo como un mal menor en cierta época dada la imposibilidad técnica para que sujetos dispersos puedan expresarse, pero que hay que dejarlo atrás porque supone una sustracción de agencia del demos soberano.

Asistimos a una excluyente jerarquización normativo-valorativa de las dimensiones de representación que ha contribuido a lo que aquí denominamos crisis del concepto. El elemento valorativo se entiende problemático al postularse como la definición del conjunto representativo, de tal manera que el asunto privilegiado sitúa desviaciones del modelo como patológicas. Se trata de proyectar que la jerarquización valorativa no nos lleve a una patologización de fenómenos políticos y modelos representativos no acordes al elemento privilegiado, y que simplemente situamos en una diversidad de reordenaciones de la pluralidad fenoménica y dimensional que es consustancial al concepto y a la diversa literatura de representación política.