El ciudadano es un concepto en torno al cual giran temas centrales para la teoría política. Más allá de debates sobre republicanismos o sobre la función de predeterminadas identidades colectivas en los estados contemporáneos, encontramos posibilidades de rescatar problemas desplazados de la agenda politológica. Inquirir detenidamente sobre las múltiples dimensiones de lo político presentes en el ciudadano, permite afrontar de forma innovadora cuestiones vitales para la democracia en este principio de siglo. Nos abre por ejemplo la posibilidad de recuperar el gobierno de uno mismo para la teoría política, un campo antiguo que durante mucho tiempo parece haber sido vedado a nuestra disciplina. Examinar en profundidad concepciones sobre el ciudadano también puede echar otra luz sobre la complejidad de las fronteras políticas, no sólo entre una y otra pertenencia colectiva o entre uno y otro ente territorial, sino también entre el interior y el exterior de las personas y de lo público. Si ponemos en entredicho nociones dadas sobre lo público como esferas geométricas, podemos ver la contingencia presente en el fuero interno del ciudadano, ejemplificada entre otras cosas por la fluidez de la memoria, el olvido y el espacio. Esa contingencia nos lleva a cuestiones sobre el buen juicio como una facultad política imprescindible en un mundo cambiante.