Constituye una evidencia que, en la actualidad, se está tratando de instalar en el imaginario colectivo la idea de que la Democracia Constitucional se encuentra en una situación de gravísima crisis, que, a la postre, ha de determinar su substitución por otra forma de organización política. Y constituye, asimismo, una evidencia que, entre otros muchos, uno de los elementos que más contribuye a la generalización de esta, por lo demás incorrecta, idea, es el ascenso de los populismos, y su actuación en la dinámica jurídico-política de los diversos Estados Constitucionales que en el Mundo son.

 

Lo anterior, de cualquiera de las maneras, resulta fácilmente comprensible. Basta, en efecto, y en este sentido, con tomar en consideración que, por su propia naturaleza, y su propia fundamentación, la actuación de las fuerzas políticas del populismo, ya sea de derechas, ya de izquierdas, suponen, como ya había ocurrido con las fuerzas antisistema en el período entre guerras, la más absoluta negación de la lógica interna del régimen de la Democracia Constitucional. Piénsese, a este respecto, que, en tanto en cuanto unos y otros populistas actúan con una visión reduccionista y exclusivista de la vida pública, en la que no ha lugar a la discrepancia, y, además, no puede reconocerse el conflicto, la vida política acaba reduciéndose, con la negación de la oposición política, en cuanto que necesario órgano de control de la actuación del poder, y como mecanismo para asegurar que éste va a actuar en el marco de las facultades que le fueron expresamente atribuidas por la voluntad soberana del Pueblo positivizada en el texto de la Constitución, a la dialéctica "amigo-enemigo" que, con mucha más brillantez que rigor científico, había sido teorizada por Carl Schmitt para facilitar el triunfo de los totalitarismos, y muy principalmente los que se agrupan bajo el rótulo de "totalitarismos fascistas".

 

De esta suerte, de lo que se trataría, sería de explicar cuáles son los presupuestos que sirven a los prácticos de la política populistas para desarrollar su actividad, así como las consecuencias que ello genera, entre las que, innecesario debiera ser aclararlo, destacan la negación de la existencia y libre actuación de la oposición, que, de modo inevitable, acaba produciendo una patológica polarización de la vida pública. Conocido lo anterior, y tratando de no caer en el error de simplificar injustificadamente lo complejo, se tratará de sugerir algunos mecanismos para corregir la sensación de que la Democracia Constitucional está en una situación de insalvable crisis.