Resultan muy evidentes las dificultades de la teoría liberal clásica de la democracia a la hora de dar respuesta a las demandas crecientes de participación en la vida pública al margen de la mera representación política parlamentaria.

Pese a la existencia de toda una tradición participativa que se remonta atrás en el tiempo y a los esfuerzos teóricos que desde el liberalismo han hecho pensadores como Tocqueville o Stuart Mill, habrá que esperar a la crítica desde teorías de la democracia más participativas y en la segunda mitad del siglo XX, para encontrar un marco teórico sustantivo, donde situar la auténtica relevancia de la participación ciudadana como mecanismo para la mejora de la calidad de la democracia.  Son varias las propuestas teóricas en este sentido, desde la democracia asociativa (Hirst, Warren),  deliberativa (Elster), la popular strong democracy de Barber, la democracia radical de Mouffe, o las más recientes y empíricas teorías del capital social (Coleman, Putnam).

En este trabajo intentamos poner de relieve cómo la versión (versiones) contemporánea de la tradición republicano-cívica de pensamiento incorpora los ingredientes participativos necesarios (relegados y obviados por parte de la tradición liberal) para la consecución de sociedades más democráticas, resguardando al mismo tiempo los elementos básicos y más preciados de la teoría política liberal como la libertad individual o la estructura básica de los estados representativos. Sostenemos que se trataría de la fórmula más atinada para contraponer el poder de la creciente versión actual del liberalismo, mercantilista y neoliberal, sin quedar encajada en la contra-versión del comunitarismo colectivista. Y ello a través de mecanismos de reforma institucional como la idea de constitución mixta o los mecanismos de control ciudadano.