La escritura se asocia a la muerte de una manera paradójica. Dice Walter Ong que la mortalidad del texto, su apartamiento del mundo vital humano, aseguran su perdurabilidad. Tanto es así que lo escrito, aunque petrificado, puede ser resucitado por un número infinito de lectores. Una paradoja con la que seguramente tuvo que tratar Moisés Maimónides a la hora de escribir su Guía de los Perplejos. Para éste pensador judío, tan imbuido de la cultura oral, que tanta atención presta al oído, debió ser difícil escribir y terminar una obra como esta. Tuvo que ingeniárselas para escribir sin crear estructuras terminantes, sin dejar atrás los recuerdos y los ecos, al estilo del narrador oral. Dando así más libertad al pensamiento. En esta ponencia proponemos reflexionar sobre los límites naturales que imponen la muerte y la escritura y sobre cómo nuestra tradición de pensamiento ha tratado de sortearlos sin mucho éxito.