Aunque Judith Butler no suele ser presentada como una teórica de la democracia, sus trabajos, especialmente los que ha desarrollado desde los años 2000, abordan cuestiones fundamentales sobre la ética, la ontología corporal de lo social y la propuesta política de la deconstrucción, enmarcados dentro de la teoría de la democracia radical. La obra de Butler, indudablemente ligada a la teoría feminista y los estudios queer, ha tomado un camino casi inevitable hacia las preocupaciones sobre lo humano, la libertad o la agencia, después de proponer, a través de su teoría de género, una nueva forma de pensar los cuerpos sexuados y las marcas de género que provocan exclusiones, daño y abyección. Así, la pregunta última que atraviesa la obra de la filósofa es la de por qué algunas vidas importan más que otras, por qué unas merecen ser lloradas y no otras; a la que acompaña de su propuesta política: el deber ético de reconocimiento de todos los cuerpos, de todos los sujetos, tanto por los otros como por las instituciones que posibilitan la vida en común en condiciones dignas.

Partiendo de estas ideas, este trabajo tiene por objeto estudiar el papel de los conceptos de performatividad y vulnerabilidad dentro de la propuesta de democracia radical de Butler, dado que, a través de ellos, la filósofa establece las vías para la agencia y la inclusión –si es que este reclamo puede ser abiertamente admitido desde una perspectiva butleriana– de aquellos cuyas vidas no importan.

Para Butler, la vulnerabilidad es fundamental en la formación del sujeto, su condición ontológica, en tanto que le antecede y le acompaña toda la vida. Todos somos vulnerables y estamos afectados por el mundo, por los demás; somos dependientes y eso nos hace vulnerables. Sin embargo, la filósofa es consciente de que no todos los sujetos son igualmente vulnerables y de que hay personas más expuestas que otras a la violencia, al daño y a la abyección, lo que delimita, precisamente, la diferenciación entre las vidas que importan y se reconocen y las que no.

Para entender este proceso por el que se crean las exclusiones y los marcos de reconocimiento, Butler se remite al performativo. Este, mediante mecanismos de repetición, crea normas sociales y la frontera de lo inteligible. Sin embargo, ese propio proceso de repetición nunca es perfecto: la iterabilidad del performativo produce errores, condiciones no esperadas que construyen nuevos escenarios desde los que se hace posible la acción. Así, los sujetos abyectos, en tanto que existen dentro de la cultura, tienen también la capacidad de irrumpir y desestabilizar lo hegemónico, lo normativo, lo universal. De este modo, los marcos pueden desplazarse y mostrarse como inestables, como contingentes, y es ahí donde los reclamos democráticos pueden materializarse.

Así, es a través de estas categorías que Judith Butler explora una salida para la transformación social –espacios de resistencia donde los derechos son negados, asamblearismo, toma de espacios públicos– asumiendo que, mediante la acción, las relaciones sociales pueden ser rearticuladas, obligando a responder a las demandas de las personas e instando a pensar la democracia desde una ética de la vulnerabilidad: no podemos desentendernos de las exclusiones, de la falta de reconocimiento de otros sujetos, de la pobreza o de la violencia, en tanto que somos interdependientes y responsables de las vidas de los otros. La democracia implica, entonces, impugnar la naturaleza excluyente de las categorías, las identidades y lo universal para la lucha por su rearticulación.