El advenimiento de los nuevos desarrollos tecnológicos acelera el derrumbamiento de los materiales con los que el canon de la ciencia de la política moderna trabaja. La previsible y futura unificación de tecnologías incipientes de la actualidad, como la realidad virtual, la realidad aumentada, la blockchain o la inteligencia artificial, unido a los planteamientos e ideas procedentes del transhumanismo, dibujan cambios muy hondos en la ciudadanía y en los escenarios públicos del siglo veintiuno. Diferentes voces de la actualidad especializadas en la intersección de la filosofía y la tecnología anuncian la inevitable disolución de conceptos como el de “identidad” y “subjetividad”, así como un cambio radical en nuestras formas de gobierno y Estados. Estos escenarios están desatando voces a favor, en contra y también hay quienes nos hablan del “humanismo” y la ética como la forma adecuada de reconducir y gestionar esta situación. ¿Estamos realmente ante un cambio tan radical o por el contrario estamos ante una evolución natural producida por la ciencia moderna?

Esta ponencia parte de la idea de proponer que nuestra realidad venidera se presenta como un objeto transicional prolongado e inmersivo. Es decir, la tecnología abre un espacio de frontera estable sobre el que se van a definir un nuevo concepto de ciudadanía y una nueva arquitectura pública. Aquí surgen múltiples preguntas: ¿estamos ante una revolución o una regresión? ¿es el fin de las identidades y del estado nación?, ¿qué nueva ciudadanía puede surgir de este periodo transicional?, ¿va a ser una transición permanente?, ¿cómo va a afectar este estado de transicionalidad tecnológica a los mecanismos de proyección, tan relevantes en la vida pública? ¿qué rol va a jugar la imaginación y la fantasía?  Finalmente, en esta ponencia se van a tratar estas cuestiones que tienen una incidencia muy relevante en la democracia, la identidad de los ciudadanos, las fronteras del espacio público/privado y, por supuesto, las fronteras de nuestra ciencia como disciplina. En definitiva, estamos ante una oportunidad para reivindicar el estudio del “mundo interno” como una forma de comprender los retos que tiene que afrontar el ciudadano de nuestro siglo.