El estado moderno está definido por un territorio estable y delimitado con nitidez, que evoca una tajante separación entre los que pertenecen a ese espacio político y son merecedores de participar y disfrutar de su soberanía y los que vienen de fuera y, por ello, quedan relegados a un estatus inferior, en ocasiones degradante e inhumano. En su concepción clásica, las fronteras del Estado recuerdan a la muralla que delimitaba la polis. Una muralla protectora, creadora de un espacio político excepcional, y a la vez excluyente y violenta. Fuera de ella quedaba el mundo apolítico de los bárbaros, en el que las relaciones eran potencialmente destructivas y podían derivar en una guerra de aniquilación (H. Arendt). Esta visión del estado emerge en la modernidad de la mano de una mentalidad cartográfica y visual, que acepta como un dogma incuestionable el principio de identidad aristotélico y el modo de pensar dialéctico. De ello se deriva una concepción del ciudadano sesgada, incapaz de dar cuenta de la contingencia del foro interno y de las ambivalencias de su identidad y su pertenencia (B. Hammar). Diversas experiencias y reflexiones de la política del siglo XXI, sin embargo, están difuminando esta noción de frontera y con ello parece surgir la posibilidad de ampliar la comprensión del espacio político y de las identidades políticas. Los avances en las tecnologías de la comunicación han vuelto mutables y borrosas las fronteras (las que separan los estados, así como las que separan el ámbito privado del ámbito público) y la distancia física y mental entre los ciudadanos de todo el planeta. La reflexión en torno a las identidades de género, por su parte, no solo ha permitido admitir la posibilidad de transitar de un género a otro sino, más aún, cuestionar el propio fundamento de la identidad como algo cerrado, coherente y definitivo (identidades no binarias). También el espacio público se ha planteado poblado por “objetos transicionales”, a medio camino entre el mundo interno y el mundo externo de los ciudadanos que habitan en él (B. Honig, D. W. Winnicott, H. Arendt). Los desafíos que plantea la posibilidad de pensar más allá de la frontera requieren también de una ciencia política imaginativa y vinculada con otras ciencias y saberes (desde la literatura y el arte hasta el psicoanálisis o la neurociencia); una ciencia política capaz de transgredir sus propias fronteras como disciplina. Este grupo de trabajo pretende atraer ponencias que aborden (o desborden) la idea de frontera en cualquiera de sus múltiples dimensiones: • Las fronteras del estado, su relación con la democracia y la resolución de problemas globales. • Las fronteras de las identidades de los ciudadanos (nacional, de género, ideológica, de clase…). • Las fronteras del espacio público/privado, del foro interno/foro externo. • Las fronteras de la ciencia política como disciplina. Comentarista: Björn Hammar (Universidad de Örebro, Suecia)