El apoyo a la democracia es una orientación política clásica que determina la cultura política de un país. Desde el seminal trabajo de Easton (1965), se suele distinguir entre un apoyo específico referido a las valoraciones ciudadanas de los rendimientos de la democracia. Es decir el apoyo específico a la democracia es una evaluación de cómo funciona, en términos concretos, la democracia de un país. El apoyo difuso, que centrará esta ponencia, analiza si los ciudadanos creen en la democracia como sistema, es decir, si creen que la democracia -con independencia de los problemas que pueda tener- es el mejor sistema de gobierno posible, o si un sistema autoritario puede llegar a funcionar mejor. El apoyo difuso, entendido como el grado de legitimidad que los ciudadanos confieren al sistema democrático, lleva estudiándose desde, aproximadamente, los años sesenta. Los principales hallazgos de la literatura enfatizan su estabilidad en el tiempo, y su capacidad de no cambiar pese a situaciones de crisis políticas o económicas (véase, por ejemplo, Montero, Gunther y Torcal 1998).

En el caso de España, la estabilidad de este indicador es palpable desde 1996. Si bien los individuos cercanos a la derecha mantuvieron cierta desconfianza hacia la democracia durante los años ochenta, una vez que la derecha remplazó a la izquierda los niveles de apoyo difuso se han mantenido por encima del 85 por ciento (Montero, Sanz y Navarrete 2015). La edad, además, no ha jugado un papel determinante salvo por el intenso apoyo que recibía la democracia entre los jóvenes en los años ochenta. Desde los años noventa, y en los años 2000, no se han observado diferencias significativas en el apoyo difuso a la democracia por grupos de edad. Hasta 2019, en que esto cambia, y empiezan a observarse actitudes de menor apoyo hacia la democracia entre los más jóvenes (véase Cordero y Roch 2021, o Lorente 2023). ¿Por qué los jóvenes comienzan a apoyar menos la democracia?

En este paper proponemos tres posibles explicaciones. La primera tiene que ver con los niveles de polarización afectiva, que transforman la esfera pública en una democracia antagonista en el que los compromisos de convivencia entre diferentes ideas no son posibles. La segunda tiene que ver con la emergencia de discursos antidemocráticos, que proliferan en las nuevas redes sociales y cuyo consumo tiene una pauta marcadamente diferente de medios tradicionales. Y que, además, tiene en el surgimiento de partidos de extrema derecha su consecuencia política más visible. Por último, queremos explorar si la distancia d ellos jóvenes con la democracia tiene que ver con la traumática experiencia de la Covid-19, que llevó a los gobiernos a tomar decisiones particularmente impopulares para los más jóvenes.  

Para comprobar las hipótesis, usaremos los datos del proyecto TRIPOL (dirigido por Mariano Torcal, UPF).